Los días transcurrían y los sueños también. Latentes y sin imponerse con urgencia esta vez. Se sostenían como la gentileza de un dandy que soporta la puerta a una anciana. Sin mas intención que la de elaborar el gesto con una generosidad automática, propia de aquel que simplemente no sabe hacerlo de otro modo. Su imperturbabilidad dependía precisamente del absurdo estoicismo con el que se mantenía. Como aquel dandy, su naturaleza le obligada simplemente a persistir. Eso si, cada vez el cansancio aparecía antes. Le blandía las rodillas de vez en cuando, e incluso a veces las pintaba de color malva. También le raspaba suavemente y a traición por la garganta, como al tragarse una sutil espina pelona de una anchoa salvaje. Y entonces, detrás de aquel café de cinco bocas quejosas pero sonrientes, una se irguió con sorpresiva sencillez acallando ironías:
"bueno, dicen que el mejor camino, siempre es el más difícil".
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